Único día en el año


21-6-2022 - Hoy 21 de junio, comienzo del invierno, es un día especial en Plaza San Martín, exactamente en la esquina de 6 y 50, el famoso obelisco de La Plata, a eso de las 13:00 hs. proyectará su gigante sombra alineándola con la diagonal 80.

La curiosidad es que esto pasa solamente hoy y a esa hora determinada.



El arte del fileteado platense, una larga tradición*




Tres fileteadores cuentan cómo se reinventó este arte popular argentino en la permanencia de sus años dorados en el siglo XX.

Nacido a finales del siglo XIX en el puerto de la Ciudad de Buenos Aires, el fileteado es una de las expresiones artísticas más arraigadas en la Argentina. Tiene el aroma de los carros, los colectivos y el tango, pero es mucho más que eso: con el paso del tiempo tuvo que reinventarse para sobrevivir al avance de la tecnología y para superar los escollos que aparecieron por distintas circunstancias. La Plata tiene su historia y más de un siglo después hay fileteadores que resisten y dan la batalla con alegría, convencidos de que esta técnica centenaria continúa igual de vigente que en sus años dorados, cuando las calles y las paredes de los barrios eran conciertos de colores y pinceladas únicas, con un estilo tan nuestro como Gardel y Maradona.

Dicen en la Asociación de Fileteadores -creada en 2013- que el primer registro fotográfico de un filete en Buenos Aires data de 1896, aunque sospechan que antes de esa fecha existía la técnica. En el escenario portuario, en medio de las sucesivas oleadas de inmigrantes provenientes de Europa y el creciente tráfico de carros tirados por caballos que transportaban carne, verdura y leche, nació esta expresión cultural que tiene como esencia la calle, con todo lo que eso implica para el imaginario popular.

"Acá los fileteadores nunca fuimos considerados artistas: siempre fuimos artistas menores, artesanos. Pero eso es algo que no nos ha atravesado, al contrario, nos hizo más fuertes", reflexiona Beto Palavecino -Yapán-, uno de los exponentes de este mundo en La Plata. A sus 51 años trabaja en su taller de 45 entre 22 y 23 que comparte también con Luxor, el reconocido artista graffitero y muralista de las diagonales. Allí pasa los días dibujando y coloreando todo tipo de objetos, dando clases y charlas y nunca olvidando sus orígenes, cuando hace casi dos décadas llegó desde Capital Federal sólo con un pincel y mucha incertidumbre. Acá se hizo de abajo y a fuerza de trabajo y recorrido se ganó su lugar: su talento y persistencia le valieron el reconocimiento, entre otros, de Rocambole, de Osvaldo Bayer y de su queridísima Nora Cortiñas, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo que un día le envió un audio de WhatsApp para agradecerle por el cuadro que, con mucha vergüenza, él le había regalado: "Lo guardé en mi casa porque todos los días lo veo y me da fuerzas para salir a luchar", le dijo. "Cada vez que lo cuento me emociono", confiesa el fileteador.

A varias cuadras, cruzando la vía de 1 y 38, está desde hace casi setenta años Letreros Bianchi, tal vez el rincón que más historia tiene en nuestra ciudad a la hora de hablar del fileteado. En un prolijo taller en el que día a día retumba el sonido del paso del tren trabaja Rolando, el hijo de Gerardo, el pionero que antes de fallecer le dejó su legado. Él lo honra semana tras semana, cada vez que se sube al auto en su Bavio natal para venir a La Plata sin ningún reproche, en una réplica fiel de lo que ocurrió con su padre allá por 1943 y bastante después con él mismo: "A mi viejo, el tío lo dejaba acá en el centro y derechito iba al trabajo; luego se tomaba el tren y volvía. Yo empecé a viajar con él en una rastrojera a 50 kilómetros por hora salíamos a las 5 de la mañana, llegábamos acá las 7, hacíamos los carteles, a la tardecita cerrábamos y llegábamos a las 9 a Bavio, cosa que repetíamos todos los días, lloviera o no. Lo sigo haciendo y estoy contento”.

En Abasto, sobre Ruta 2 y a 25 kilómetros de Plaza Moreno hay un pequeño lugar llamado "El mágico mundo del filete", que guarda entre sus paredes la mística de este arte que todavía disfruta Alberto Pereira, un hombre de 80 años recién cumplidos que irradia una conmovedora pasión por su trabajo, ese que aprendió primero a los 13 años de la mano de José Pascual Cortés, un famoso pintor que daba clases en Bellas Artes, en la Ciudad de Buenos Aires, y luego con los consejos de Antonio Dúccoli, en Barracas. A Cortés llegó de manera fortuita por intermedio del novio de la prima española de su padre, en Villa Domínico. Entre ese momento y este otoño de 2022 construyó una trayectoria conmovedora, con trabajos realizados en distintos ámbitos y que hoy giran por el mundo. Comenzó pintando carros, camiones y colectivos, cosa que quedó en el pasado. Ahora se enorgullece al explicar que hoy en día se dedica a "filetear los recuerdos y los sentimientos de la gente".

A Alberto se le acercan hombres y mujeres que se maravillan tanto con los adornos de su galpón, que a los pocos días regresan con objetos que pertenecieron a sus padres y abuelos: “Me cuentan historias que me hacen caer las lágrimas; me traen esas cosas para que yo se las adorne con los nombres de sus familiares y les haga un fileteado. En este momento eso es lo que más me llena y a eso me dedico”.

"El filete, más allá de la técnica pictórica, es la conexión con la gente, desde el costado más sencillo. Uno cuando habla de arte siempre está pensando en lugares como galerías, y los fileteadores tenemos otro origen. Nos hicieron creer que el arte está allá arriba, que los artistas son genios iluminados, y el filete lo que viene a hacer es a bajar eso y a hablar de una manera más llana. Cualquiera puede ser fileteador; el fileteado lleva la manifestación artística al llano: vos podés ir por la calle y te encontrás un camión fileteado, un carro, un mural, y el fileteado agrada, tiene color, magia, un movimiento orgánico que lo lleva a uno a recorrer cosas. Y siempre a uno lo marca algo: un diseño, una frase. En definitiva acompaña, es como un rico mate, conecta con la gente. Entonces esto es muy difícil explicarlo desde lo pictórico, pero sí desde la comunicación con la gente porque nace en la calle", agrega.

LOS MARGINALES

"Hay una gran frase del maestro León Untroib que dice que 'el filete le da de comer al caballete'. Eso significa que con lo que él vivía de pintar filetes podía pintar cuadros. Es muy difícil vender un cuadro; nosotros hacemos un arte más decorativo, que entra en todos lados, no le tenemos miedo a nada, tiene ese origen de la calle que es bien popular", define Yapán. Como en las clases y charlas que brinda, es un apasionado a la hora de hablar de lo que ama y defiende a capa y espada, o a pintura y pincel.

Rolando Bianchi refuerza esa idea y con pocas palabras pero con una mezcla potente de sinceridad y resignación que a la vez es rebeldía, dice que "los fileteadores siempre estuvimos ligados allá abajo, como los artistas plásticos, y eso sigue pasando hasta el día de hoy. Muchas veces no se valora el tiempo, la dedicación y el trabajo que te lleva". Y recuerda cuando hace varios años fue convocado por la Municipalidad durante la gestión de Pablo Bruera para filetear los micros de línea que realizarían recorridos rápidos por la ciudad: "Iban a filetear las líneas 506, 508 y 518, entonces presenté los proyectos, hice todos los trabajos en chapa. Eran carteles con flores, con todos los detalles; cada micro iba a tener su trabajo hecho, yo estaba contento porque íbamos a tener laburos. Un día vinieron y me dijeron 'tus trabajos se van a digitalizar y los van a imprimir sobre los micros porque es más rápido'. Arruinaron todo, se hicieron muy poquitos micros y no se vio el trabajo a mano. Después desapareció".

Entre mate cocido y galletitas, Pereira sabe disimular cualquier aspecto negativo del filete porque contagia optimismo y vitalidad. "Cada día se le abren más puertas al filete, sigue vigente y cada vez más, esto no va a morir", repite mientras enseña una a una las piezas que tiene colgadas en este museo, lejos del ruido de las diagonales. Hay cuadros fileteados de su madre, de su padre, de José Larralde, de Carlos Gardel y de René Favaloro, entre tantos otros. Al cardiocirujano nacido en La Plata le hizo una pintura fileteada tan preciosa que un día vino un amigo del médico y al ver la obra se emocionó a tal punto que le obsequió al artista dos fotos que eran su recuerdo más vivo de aquel: en una están los dos después de un asado y en la otra posan frente a la cámara con Ástor Piazzolla. Alberto muestra las dos imágenes como si fuesen sus trofeos más valiosos.

"El fileteado es un arte popular que pertenece a los laburantes", repite Yapán. "En cada fileteador vas a encontrar que hay tipos que hacen retratos, letras, paisajes, todos tenemos que saber un poquito de cada cosa. Tenemos que interpretar todos los pedidos de la gente. Los fileteadores trabajamos con pinceles largos para hacer obras muy complejas y tenemos que saber también de color, de valor, de composición", explica. Tal vez la deuda pendiente sea insertar al fileteado en la academia, algo que históricamente fue esquivo, ya que parece deambular como un eslabón perdido entre el arte plástico y el gráfico. Por eso la misión de los fileteadores sigue siendo nada más y nada menos que la de transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones. En sus charlas y talleres hay chicos y chicas que quieren aprender y vivir de esto.

“Mi viejo arrancó fileteando carrocerías, siguió con micros de la línea 307, después con unidades de la 506, en donde también fileteaba Armando Miotti, otro fileteador muy conocido. Después también en la línea 518 y siempre laburando en la calle”, retumba el recuerdo de Rolando en Letreros Bianchi. Por este mismo lugar hace varias décadas se reunían los primeros fileteadores de la ciudad y nunca imaginaban que algún día este arte sería reconocido por las Secretarías de Cultura y en las Legislaturas, cosa que terminó ocurriendo después. El filete fue declarado en 2006 como Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires y en 2015 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

DE LOS CARROS A LOS MATES

El paso del tiempo, el avance de la tecnología y hasta una prohibición durante la última dictadura militar configuraron un desafío constante para los fileteadores, que tuvieron que readaptar su trabajo y buscar nuevos ámbitos de aplicación. Los carros que vendían carne y verdura desaparecieron, los camiones dejaron de pintarse y los colectivos se modernizaron, entonces algo había que hacer para evitar la agonía del filete, que durante varios períodos de nuestra historia estuvo en peligro de extinción.

En los años dorados del filete en La Plata, todo el esplendor se apreciaba a lo largo de diagonal 80, que era en donde funcionaba la mayoría de los negocios. "Se laburaba mucho en la calle, en los frentes de los locales; esa era la primera clientela. También en lo que era cartelería para inmobiliarias, casas de remate y más. No era como es hoy, que podés imprimir todo. Antes no, eran telas, lienzos; llevaba mucho trabajo. Mi viejo por ejemplo llevaba las lonas de lienzo para los carteles de remate y las estiraba en las paredes para pintar. Eran pinturas en pasta que se adaptaban a eso. Y para los negocios eran carteles en chapa, todo un trabajo artesanal. Antes también se hacían muchas letras en oro ¿Y ahora quién va a usar letras en oro si podés imprimir todo?", define el hijo de Bianchi.

Eran épocas de fileteros y letristas, recuerda Rolando, que destaca a aquellos primeros artistas como muy buenas personas entre sí, atentos y respetuosos a la hora de repartirse los clientes: "Éramos pocos los talleres de letreros y cada uno tenía su respeto con uno y con los otros". Eran los años más fuertes del fileteado, que los veía a todos pintando a mano camiones y retocando los micros del transporte público que iban y venían por las diagonales. "Hoy los negocios terminan haciendo un cartel en vinilo o en lona, porque es lo más económico que hay. Y eso a nosotros nos mató. Antes en la calle era carteles y carteles, ahora todo cambió", concluye.

Y esta reinvención los hace coincidir en que el fileteado sobrevivió gracias a la capacidad que los grandes maestros tuvieron para adaptarse al contexto y a la demanda de la gente. "Un día abro Clarín y leo con fondo negro y letras blancas 'murió el letrista'. Así fue, no me lo contó nadie, lo vi yo. 'Basta de letristas vagos, incumplidores y borrachos, llegó la gráfica adhesiva'. Toda esa gente en los noventa se quedó sin laburo. La tecnología nos dio un plumazo. Para ese entonces ya casi no había filetes, y gracias a algunos maestros que se dieron cuenta de que si no enseñaban el oficio moría, empezaron a dar clases y esto continuó", cuenta Yapán y agrega: "Hoy podés pintar lo que sea, no tenés límites. Menos abajo del agua, yo pinto en cualquier lugar, en garrafas, mates, bicis, guitarras y trompetas".

Y eso está a la vista en el taller de Pereira. Uno cuando entra se sorprende porque todo está fileteado, desde el auto estacionado en el medio hasta los retratos de sus padres, pasando por una regadera, una escultura de un gaucho, una tranquera y hasta el mate gigante de la puerta con la frase “Los mates amargos de mi madre fueron los más dulces de mi vida”, símbolo distintivo que aprecian los conductores que viajan hacia y desde la Costa Atlántica.

"A mí siempre me gustó darle un sentido al filete. Me pedían tantos laburos que yo llegué a trabajar para cuatro carrocerías a la vez y a veces no me daban los tiempos. Había noches enteras que laburaba con la radio colgada y tomando mate con el sereno. Con el paso del tiempo, ahora estoy en una edad en la que disfruto la tranquilidad. Acá hicimos nuestro lugar, nuestro espacio, esta es nuestra felicidad. La gente me trae retratos de la familia y trabajo sobre eso, poniéndole un poco de chispa a las cosas. A la gente le gustan mis ocurrencias y las frases que les escribo", cuenta sonriente Alberto, secundado en todo momento por Inés, su compañera de toda la vida. Entre recuerdo y recuerdo va recitando sus poesías, que algún día tal vez sean parte de un libro, su cuenta pendiente. Inés insiste para que lo escriba pero él se niega: "Mucho trabajo, ya estoy grande", se ríe.

"Yo cuando hablo de fileteado hablo de arte popular argentino. Si bien nació en Buenos Aires, hoy en día el filete cobró una dimensión que va más allá, porque hay fileteadores en todas partes del país y todo mutó. Hoy a cada cosa que hacemos le ponemos nuestra impronta y le preguntamos a la gente por los detallecitos, para de esta manera ser parte de sus historias", dice Yapán, quien pintó en su momento las paredes de El Copetín y tiene trabajos suyos por distintas partes de la ciudad, como La Bodeguita y varias pizzerías en Los Hornos, por ejemplo.

El quiebre fue después de la dictadura, cuando el filete tuvo que mudarse al caballete. Desde la década del ochenta en adelante empezó a aplicarse en otros ámbitos que eran inéditos al momento, hasta llegar a la actualidad, época en que la gente pide intervenciones con filetes en mates, instrumentos musicales, llaveros, números en los exteriores de las casas y hasta en las tapas de los inodoros.

LOS DETALLES

"Un filete siempre queda bien con un detallecito en todos lados, sin sobrecargarlo", explica Bianchi. Y en esto coincide Pereira: "A mí no me gusta hacer el filete para llenar y llenar. Un día estaba en una muestra en San Telmo y me tocan el hombro, me doy vuelta y era Carlos Carboni, mi ídolo. ‘Pibe ¿qué es lo que te gusta de mí?’, me preguntó, porque se había enterado de mi admiración. Don Carlos, me gusta cómo maneja el filete, suelto, sin llenarlo de cosas. '¿Sabés lo que pasa, pibe? El filete baila, es una danza, y para bailar necesita espacio; el espacio en el filete es como el silencio en la música, tienen el mismo valor'. Y eso me quedó para toda la vida".

Alberto saca de la galera una poesía y enseguida recuerda alguna de sus tantas anécdotas que involucran a Argentino Luna, al Chaqueño Palavecino y a los trabajos que hizo alguna vez y hoy están expuestos en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, entre otras partes del mundo.

"Es tan rica la composición que el fileteado se mete y sale por cualquier lado", dice Yapán mientras hace un gesto zigzagueante con su mano derecha. "Utilizamos elementos básicos que provienen de la naturaleza como la hoja de acanto, que era la que se usaba en construcciones antiguas de la época del Barroco, entonces todas las construcciones que encontrábamos en Buenos Aires eran porque queríamos ser como Europa en esos momentos. También flores, algunos mascarones, algunos dragones, quimeras; los marcos y la ornamentación se va haciendo con los pinceles y la técnica se adaptó a los tiempos de trabajo de los primeros fileteadores, que tenían que entregar rápido los carros y los colectivos", continúa.

"A mi compañera le gusta ver la cara de la gente cuando recibe mis laburos", cuenta sobre el final de la charla este fileteador que no esconde el misterio de su apodo: "Para los que somos fileteadores, vas a encontrar que la mayoría de los trabajos tienen como un volumen, una volumetría que está lograda con luces y sombras. Las trabajamos con transparencias; se hacen con barniz y una gotita de color que se descompone según el fondo que haya debajo. Esa técnica se llama yapán y viene desde mediados del siglo XX, cuando llegaban las latas de barnices de afuera que decían 'Made in Japan', y el fileteador lo derivó a yapán y lo adjudicó a ese preparado. Un día firmé como Yapán y quedó; mi apellido casi ni lo uso".

Los fileteadores transmiten todo lo que saben, son transparentes, no se guardan nada. Tienen sus secretos, por supuesto, pero comparten su experiencia de manera genuina y con humildad. Tienen en claro que la misión que deben continuar es la de transmitir lo que aprendieron. Ese tal vez sea el mayor de todos esos secretos que permanecen intactos desde hace décadas en Argentina. De esa manera el filete no va a morir.

"Una vez vino una mujer con una madera para poner el nombre de la madre y de la hija fileteados. Era un plato en el que la madre le daba la sopa", se emociona Pereira, previo a cerrar la entrevista con una de sus anécdotas más potentes: "Un día una mujer me trajo una regadera y me cuenta su historia. Era del padre y nadie más se la podía tocar. Él terminaba de regar, la secaba y la guardaba. 'Yo la tengo en un galponcito y cada vez que entro, lo veo a mi papá regando', me dijo. Me la dejó, la pinté y le hice unos detalles fileteados con el nombre del padre. La termino, la llamo y cuando la vino a ver me hizo emocionar hasta a mí, no sabés cómo lloraba. 'Ahora voy a tener a mi papá en el comedor', me dijo abrazada a la regadera entre lágrimas".

Alberto sonríe, se dirige a la puerta, posa para la cámara y reflexiona por última vez, a corazón abierto: "A mí me pueden traer un mate y una tacita para filetear y ya estoy hecho, me hace feliz; y después de tantos años, eso es lo que me llena el alma".

*Por: Matías Moscoso / 221.com.ar


GUALBERTO REYNAL


Gualberto Reynal, fue un investigador local, que en los '90 se convirtió en una figura magnética que alimentó mitos urbanos y generó por igual seguidores y antagonistas.

- Quiero anticiparles que lo que van a oír puede asustarlos… pero es la verdad. La Plata es una ciudad llena de misterios y oscuridades.

Dijo el viernes 22 de mayo de 1992 en la sala de la biblioteca del Círculo de Periodistas, sobre la calle 48 en La Plata. Donde estudiantes universitarios, aficionados a la historia, periodistas y autoridades de la casa se congregan atraídos por  la charla sobre “la historia oculta de La Plata”.

El lugar elegido garantiza cierto nivel académico, siendo el conferenciante un hombre de las letras y ocasional maestro de ceremonias en muestras de arte o eventos musicales que se llama Gualberto Reynal. (Su nombre real es Cloraldo Fidel Vallone).

Aquella tarde se presentó como “un modesto narrador de historias y leyendas” y aseguró que no venía a ocupar el lugar de los estudiosos de la “historia blanca”. Definió a esa clase de historia como aquel relato oficial que aparece en los libros y que disimula imperfecciones e incomodidades. Reynal, en cambio, dijo venir a contar lo que “algunos no quieren ver y que otros no se atreven”.

Lo suyo era casi una acción cívica porque, sostuvo: “el pueblo tiene derecho a saber”. Y lo que había que conocer, era, nada menos que la silenciada “historia negra de la ciudad” que él venía a desenterrar luego de haberla estudiado por largo tiempo.

El propio Reynal revela el punto de partida en el que hacen pie todos sus relatos: la ausencia de documentación fehaciente sobre el nacimiento de La Plata.

Su desenvoltura hacía presumir que llevaba años disertando ante auditorios. Tras las advertencias del caso, el disertante fue al punto: definió a la ciudad como un territorio de misterios, en donde existen evidencias de una conjura contra los platenses, tan antigua como la ciudad misma.

Advirtió que luego de investigar el asunto más de un año tenía un puñado de trascendentes “descubrimientos” para compartir a partir indicios observables en el propio trazado de la ciudad, la participación en la masonería -a la que Reynal inviste obsesivamente de un carácter tenebroso- de la mayoría de los principales actores de la fundación y otros sutiles, pero significativos, detalles de algunas esculturas en distintos puntos del casco urbano. La conferencia concluyó con un público entre sorprendido y perplejo y la promesa de Reynal de que antes de fin de año comenzaría a publicar sus hallazgos.

En efecto, seis meses más tarde, en diciembre de 1992, vio la luz el primer tomo de La historia oculta de la ciudad de La Plata, una publicación de 20 páginas que se ofrecía en quioscos y librerías.

En ella Reynal reveló un estudio numerológico de la traza urbana que demostraba la presencia recurrente de los números 6 y 13, vinculados con el demonio y la muerte. El autor también se hacía eco de una leyenda sobre acontecimientos supuestamente ocurridos tras los fastos de la fundación de la ciudad cuando una furibunda turba convocó a una bruja de Tolosa para maldecir la ciudad.

Finalmente, incluía la historia de las estatuas de Plaza Moreno, que, aseguraba, le hacen cuernos a la Catedral, a la que hasta amenazan con flechas imaginarias y rostros de faunos diabólicos. Incluso daba rienda suelta a la desconcertante hipótesis de que, debido a su pertenencia a la masonería, Pedro Benoit había diseñado la Catedral sin suficientes cimientos para que la obra no pudiera concluirse.

POETA CON SEUDÓNIMO

Aunque pocos lo recuerden, durante el siglo XX La Plata fue bautizada como “la ciudad de los poetas” debido a las tragedias e intrigantes historias que rodeaban a varios de estos artistas locales. Como la historia macabra de Matías Behety, que murió de tuberculosis en 1885 y a su cuerpo embalsamado se lo conoció como la momia de Tolosa, o los escritores que integraban la denominada “primavera trágica”, debido a sus repentinas muertes a muy corta edad. Proseguiría la llamada generación del 40, cuyo máximo exponente, Roberto Themis Speroni, murió un día antes de cumplir 45 años, provocando una gran conmoción en la ciudad.

Cercano a Themis Speroni y al grupo de jóvenes poetas que frecuentaban City Bell en los años 60, es en este último segmento, en donde se puede ubicar al escritor y poeta con el seudónimo Gualberto Reynal, apelativo que comenzó a usar para firmar sus textos en la década de 1950 y que con el tiempo se impondrá como un inconfundible sello para identificar al padre de los misterios platenses. 

Cloraldo Fidel Vallone nació el 28 de agosto de 1925 en La Plata. Era el hijo mayor de Pedro Vallone y la española Manuela Quirós. Además de escribir, fue profesor de letras y empleado administrativo y estuvo casado veinte años con la tucumana Griselda Sosa Bustamante, de quien se divorció en 1970. Con ella tuvo dos hijos: Gualberto y Sergio.

Durante varios años integró la comisión directiva de la Asociación Interamericana de Escritores (AIE), una entidad que se presentaba como apartidaria surgida en Buenos Aires a principios de los 70 con el fin de potenciar y unificar la obra de escritores del continente, pero no fue hasta 1985 cuando editó su primera obra de forma independiente: La poesía de Leandro Alem, un breve trabajo de 41 páginas que incluye una antología de textos del destacado político fundador de la Unión Cívica Radical.

En junio de 1986 vio la luz Los remolinos silentes del tiempo, presentado junto al referente de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas José María Prado y los dirigentes radicales Eduardo Apreda Picone y Fernando Acedo.

Pero su irrupción más visible en la vida cultural platense se produjo, precisamente, a través de entidades como La Casa del Tango o la Federación de Instituciones y se dio a principios de la década del 90, momento en el que Reynal se jubiló y decidió abocarse a sus enigmáticas indagaciones sobre la ciudad, dejando atrás el nombre Vallone que, aunque resulte extraño, ya casi no usó ni siquiera para realizar presentaciones administrativas y judiciales.

INVESTIGADOR DE MISTERIOS

Se había dado comienzo a la Sesión Ordinaria Nº 13 del Concejo Deliberante de La Plata del 29 de agosto de 1996, y en el orden del día llamaba la atención uno de los puntos a tratar: “Denuncia del vecino Gualberto Reynal por la demolición de las barandas de material del túnel existente en 51 e/ 19 y 20” que correspondía a un expediente iniciado en junio de 1993 por el propio Reynal. El investigador denunciaba en su escrito, adjuntando fotografías, que durante las obras de demolición del antiguo Regimiento de Infantería Mecanizada 7 que se estaban efectuando en la actual Plaza Islas Malvinas, se estaban tapando de escombros los accesos de un antiguo túnel.

Según el planteo del denunciante, existía una red de túneles en la ciudad que databa de la época fundacional. Uno de esos pasadizos recorría todo el eje fundacional desde el Parque Vucetich -conocido popularmente como San Martín- en calle 25 hasta el Ministerio de Seguridad provincial en calle 1, teniendo accesos desde los principales edificios públicos ubicados entre 51 y 53. La razón de su construcción, indicó Reynal, habría respondido estratégicos intereses políticos y militares ante una eventual intervención armada en la capital de la provincia.

La petición solicitaba que se hicieran públicos los planos de los túneles platenses y se reacondicionaran sus bocas de entrada, con la finalidad de que pudieran apreciarse esos vestigios fundacionales, además de servir como incentivo para el turismo local. En ese sentido, el investigador puso como ejemplo los tramos de corredores subterráneos de la época colonial que hay debajo del patio de la Manzana de las Luces en Buenos Aires.

Llevaba casi tres años insistiendo con el tema. Cuando supo que su denuncia sería finalmente tratada, el investigador presentó una ampliación en la que se refería a la existencia de una galería secreta que correría por debajo de diagonal 80 desde la Estación de Trenes hasta la iglesia San Ponciano y la Casa de Gobierno. Era la primera vez que en el municipio se abordaba a nivel institucional la discusión sobre la veracidad de una leyenda urbana, lo que implicaría la adopción de una postura oficial al respecto.

Los ediles debatieron el asunto a lo largo de dos sesiones de las que surgieron las resoluciones Nº 597 y Nº 834. En ellas se solicitaba al Departamento Ejecutivo, a cargo de Julio César Alak, que se encargue de ordenar una serie de estudios técnicos necesarios para corroborar la existencia y el estado en el que se encontraban los supuestos túneles y que se confeccionara un plano que permitiera demarcar sus accesos.

Los estudios solicitados no se concretaron. Sin embargo, cuando en 1997 un grupo de obreros que se encontraban trabajando en el Pasaje Dardo Rocha, descubrió accidentalmente cavidades en el subsuelo del edificio, la historia de los túneles resurgió con fuerza y la Municipalidad declaró oficialmente que el descubrimiento había sido en el marco de las resoluciones del Concejo Deliberante del año anterior, como una forma de conformar al creciente número de aficionados de los misterios platenses que Reynal se había encargado de alimentar.

En mayo de 1998, el investigador elevó una nueva presentación dirigida al Departamento Ejecutivo en la que requirió que se proceda a dar cumplimiento a lo estipulado en las resoluciones sobre los túneles emitidas por el Concejo Deliberante dos años antes. Nunca le respondieron.

A esta altura la figura de Reynal se había convertido en un personaje muy requerido por los medios de comunicación que contribuyeron a instalar su inefable figura. “¿Por qué no abren los túneles? ¿Temor? Hay orden de no abrirlos ¿Qué ocultarán? ¿Hay una historia pesada detrás de los túneles?”, fustigaba Reynal en esos días desde las páginas de la revista semanal Magazine al expresar su desconfianza en las manifestaciones oficiales.

EL ESTILO REYNAL

“Sereno, aunque con entusiasmo, al historiador local Gualberto Reynal le gusta cultivar el misterio, la duda, la pregunta sin respuesta o la sospecha. Bordea con placer lo prohibido. No confiesa –insinúa que no puede– si él mismo miró lo prohibido, pero deja traslucir que sí miró. Lo prohibido en La Plata, eso de lo que nunca se habla, eso de lo que no debe hablarse. Por ejemplo, dice que en La Plata hay ‘libros prohibidos’, que serían algo así como obras literarias molestas e incordiosas que revelan sucesos que se quieren mantener en secreto. Cuando se le pregunta quién prohíbe, qué poderes están detrás, se echa para atrás en el asiento y con la palma de la mano hacia quien le habla deja pedaleando un dudoso y abierto: ¡Ah!”. De esta manera presentaba la citada revista un encuentro con Reynal.

Reynal echaba manos a sus conocimientos de dramaturgia, actuación y dirección teatral -por haber incursionado en el mundo del teatro independiente en su juventud- para animar sus presentaciones ante público.

Diestro conocedor en la evocación de imágenes y sentimientos a través de la poesía, solía apelar en sus escritos al recurso de introducir la “voz del investigador” y “la voz del lector”. Habitualmente era un lector ingenuo que le preguntaba: ¿Pero Reynal, todo esto no se tratará de una casualidad? o ¿Reynal, me imagino que como siempre contará con las pruebas de sus afirmaciones no?

Reynal aspiraba a que sus investigaciones fueran consideradas con rigor académico, no obstante, era habitual en sus fascículos el empleo de títulos sensacionalistas y con abundantes signos de exclamación para llamar la atención.

Destacan entre ellos el artículo de agosto de 1993 “¡Arriba el telón!” en el que revelaba la presunta simbología demoníaca existente en algunos edificios públicos. En esa misma línea, un texto suyo de junio de 1995 en el que explicaba la presencia del número 666 en el trazado urbano rezaba: “¡Este cuadrado...! ¡Este cuadrado!”.

En el mundo universitario sus hallazgos siempre fueron vistos con recelo cuando no con desprecio. Alguna vez el historiador Fernando Barba llegó a calificar a Reynal como un “tarado quimérico”. Sin embargo, no faltan tesis referidas a La Plata que lo mencionan y, de ese modo, terminan por validar su trabajo.

OBSESIÓN CON LAS ESTATUAS

Si algo caracterizó a este personaje platense del siglo pasado, fue el gran poder de observación y sus inusuales interpretaciones históricas en lo referido al patrimonio monumental de la ciudad. En julio de 1994 Reynal lanzó el quinto tomo de su obra, en el que bajo el título “Estatuas que esperan su turno… estatuas decapitadas… ¡y una estatua presa!”, señalaba curiosidades sobre la historia de las esculturas de los espacios públicos, como la circunstancia de que la estatua de Bernardino Rivadavia estuvo “presa” dentro de la Casa de Gobierno durante muchos años, antes de ser instalada donde actualmente se encuentra, en la plaza que lleva el nombre del primer presidente de la Nación. Hecho que atribuía a un grupo de conspiradores y enemigos políticos del prócer.

A la teoría de las estatuas de Plaza Moreno, se le sumó otra sobre las estatuas ubicadas en el Paseo del Bosque, las cuales se encontraban vandalizadas y muchas de ellas habían sido decapitadas, lo que, según Reynal, había convertido al tradicional paseo público platense en “el Bosque del espanto”.

Fiel a su estilo de dotar con dosis de misterio sus historias, insistía que el ataque a las imágenes del Bosque formaba parte de una misma conspiración gubernamental que permitía que las estatuas de Plaza Moreno “ofendieran a la Catedral”. Tras la publicación en la prensa de esos planteos, el escritor tuvo que enfrentar a una demanda iniciada por la provincia de Buenos Aires, por entonces gobernada por Eduardo Duhalde.

La provincia tenía jurisdicción sobre el patrimonio artístico que ocupaba el territorio del Bosque. Por esta razón, la denuncia había sido promovida por el área provincial de Patrimonio que se consideró afectada por las reiteradas acusaciones del historiador.

Ante esa insólita presentación judicial, Reynal fue representado por el estudio jurídico Carrique-Mor Roig que integraba el actual concejal platense Javier Mor Roig. El litigio obligó al padre de los misterios a replegarse y, poco a poco, su voz y sus cautivantes historias se fueron apagando.

Atrás quedaron sus fieles y ávidos seguidores, en su mayoría estudiantes de la Facultad de Periodismo, a los que agradecería en su último libro por el interés que siempre mantuvieron por sus relatos ocultos de la ciudad.

Al repentino abandono de sus investigaciones en La Plata le siguió una oportuna mudanza a Mar del Plata. En 2002 fue una de las últimas veces que Reynal se presentó en público cuando, con 77 años, disertó en el Congreso de Historia Regional realizado en la Feliz y, ante un auditorio variopinto, desplegó su repertorio cargado de intrigas sobre masones, simbología diabólica y brujerías de la ciudad de las diagonales

SU APORTE AL MITO FUNDACIONAL

Su colección de misterios en fascículos llegó a un total de once entregas y terminó compilada en La historia oculta de la ciudad de La Plata, publicado en mayo de 1998, que rápidamente se convirtió en un libro de culto que hoy llega a ofrecerse en plataformas de venta de internet a un precio exorbitante para una autoedición de tipo casero.

Su obra ha inspirado a nuevos autores que lo han tomado como referencia tanto para seguir su línea como para desacreditarla. Sin embargo, poco se conoce su contribución al mito fundacional de la ciudad maldecida por una bruja para impedir su progreso.

Un minucioso análisis histórico a partir del rastreo de distintas versiones y autores permite observar que aquella versión original del mito platense adopta un nuevo formato a partir de los sucesivos trabajos de Reynal y termina por instalarse con fuerza. El autor sugiere que el día de la fundación la bruja tolosana se dirigió a la piedra fundacional, la maldijo para que ni Dardo Rocha ni ningún gobernador que lo sucediera pudiera llegar a la presidencia de la Nación.

Entre los adherentes a esa teoría debería contarse al parapsicólogo Manuel Salazar, quien en junio de 1999 realizó una ceremonia en el centro de Plaza Moreno para contrarrestar la maldición de la bruja de Tolosa.

El chamán, conocido como “Brujo de Duhalde”, giró alrededor de la piedra fundacional siguiendo la dirección de las agujas del reloj para contrarrestar la maldición. Reynal había indicado en sus fascículos que, para cometer su conjuro, la bruja había girado en el sentido contrario.

Aprovechando la postulación de Duhalde como candidato presidencial, Reynal dio vida a una novedosa versión del mito fusionando la leyenda de “la bruja” recogido en sus tomos, con otro relato tradicional conocido como “la maldición de Alsina” el cual decía que después de la repentina muerte del ex gobernador bonaerense Adolfo Alsina, en 1877, ningún otro mandatario provincial había podido llegar a la presidencia por la voluntad de “fuerzas ocultas”. Con el efecto de una verdadera maldición de campaña, el investigador eligió para lanzar el libro titulado ¿El maleficio de los gobernadores? publicado en 1999, con una portada que muestra a Duhalde de pie frente a un abismo, el mismo mes de las elecciones presidenciales en las que el caudillo de Lomas de Zamora perdió en las urnas frente al Jefe de Gobierno porteño Fernando de la Rúa.

El 21 de junio de 2013, a los 88 años, Gualberto Reynal o Cloraldo Vallone murió en La Plata, la ciudad a la que había dedicado sus desvelos y quijotescas contiendas.

 

Gabriel Darrigran

(*) El autor del texto prepara el trabajo "La conspiración del arte", en el que repasa y analiza la influencia lograda en la historiografía por Gualberto Reynal

Qué pasó con la Piedra Fundacional

 

221.com.ar / Begum /Gabriel Darrigan.

La historia del acta fundacional parece un cuento policial. Mitos y leyendas que un grupo de investigadores quieren desenterrar en búsqueda de la verdad.

Esta historia podría comenzar con la apertura de la Piedra Fundacional, hace 39 años. Allí ocurrió un hecho propio de un cuento de Sherlock Holmes: los platenses descubrieron que el acta de la fundación de la ciudad había desaparecido.

Pero el relato no terminó ahí. Ahora salen a la luz nuevos documentos que sugieren la existencia de un segundo saqueo una vez finalizados las actos por el centenario de La Plata; o, al menos un extravío. El asunto se reactivó en octubre de este año cuando un grupo interdisciplinario de investigadores vinculados a la asociación sin fines de lucro "Los Aprendices de Dardo Rocha" inició el Expediente Nº71.808 en el Concejo Deliberante local. Allí solicitaron que durante el 2022, año en el que la ciudad cumplirá su 140º aniversario, sean exhibidos al público todos los documentos hallados en 1982 en la Piedra Fundacional. A su vez, exigieron que se dirija a la Universidad Nacional de La Plata un pedido de informe sobre su intervención en los trabajos de laboratorio realizados sobre los documentos y las muestras tomadas durante los meses que duró la exhumación.

La relevancia de la solicitud presentada por historiadores y profesionales de la archivística radica en que se pide declarar de interés para el municipio la investigación sobre el paradero de los documentos. De esta manera, se cerrarían cuatro décadas de rumores, y se completarían los huecos en la historia reciente de la ciudad, que habitualmente es completada con mitos y leyendas.

Ciertamente, la historia tomó impulso cuando, como parte de una investigación histórica mayor sobre los últimos años del Proceso de Reorganización Nacional en la ciudad, un par de peritos científicos tuvieron que analizar los hechos ocurridos en torno a la exhumación de la Piedra Fundacional de noviembre de 1982. Entonces se percataron que durante las semanas que duró la excavación había estado presente un numeroso grupo de escribanos, los cuales redactaron una serie de actas entre el 9 de noviembre y el 23 de diciembre. Allí se habían realizado la exhumación de la cápsula del tiempo dejada por Dardo Rocha, la catalogación de los objetos descubiertos y las decisiones oficiales adoptadas sobre esos objetos.

Entre los documentos encontrados por los investigadores, luego de 39 años, se destaca un acta labrada el 22 de diciembre de 1982 por el escribano general de gobierno de la provincia de Buenos Aires. Dicha fuente echa por tierra con contundencia el mito que se ha construido a lo largo de los años sobre la destrucción total de los documentos por las filtraciones de agua, como así también revelaría el verdadero motivo por el cual no fueron devueltos los objetos al centro de Plaza Moreno.

Lo que motivó la solicitud oficial ante el Concejo Deliberante de La Plata es el hecho de que la entidad en cuestión, durante el 2021, se encargó de realizar el trabajo de digitalizar las antiguas actas del Concejo conservadas en el Palacio Municipal. Durante esta labor ad honorem se pudieron constatar faltantes de volúmenes enteros de actas. Teniendo en cuenta este dato, entre los expertos cobró fuerza la hipótesis del ocultamiento oficial de los papeles de 1982, cuya búsqueda consideran debería ser de interés municipal.

EL LEGADO DE DARDO ROCHA

En rigor de verdad, la génesis de la historia empieza en 1882 cuando el gobierno de la ciudad de Buenos Aires donó una urna de cristal que había sido encargada en Europa para que se guardara el acta de la ceremonia de fundación de La Plata. Es así como el principal documento de la ciudad, que pasaba a ser la nueva capital provincial, terminó siendo resguardado del paso del tiempo por un delicado contenedor donado por la ciudad que dejaba de ser la capital.

Archivo histórico de protocolos en el subsuelo de la Escribanía General de Gobierno, en el que se conservan protocolos de los últimos 250 años.

Firmada por las principales autoridades políticas, judiciales y eclesiásticas presentes aquel día, las crónicas confiesan que el acta también fue firmada por una multitud de invitados que descendieron de los palcos para dejar sus rúbricas para la posteridad. Junto a otros objetos, el contenedor de vidrio fue colocado en una caja de plomo, a la cual se le pusieron a ambos lados periódicos para amortizar los impactos y luege fue tapada y soldada. La Piedra Fundamental, sobrevenida en cápsula del tiempo, fue levantada con una polea y depositada en la fosa especialmente escavada, mientras todos los presentes cantaban el himno nacional, y se efectuaban disparos, aplausos y ovaciones.

Pero no todo fue idílico ese día. Las tensiones políticas entre la provincia y la Nación se dejaron ver cuando el padrino de la ceremonia, el presidente de la República Julio A.Roca, no asistió aquel día y en su reemplazo fue enviado el ministro de Relaciones Exteriores Victorino de la Plaza. Fue este funcionario quien se encargó de cerrar la fosa con una tapa de mármol de Carrara y con una mezcla de cal y arena, para luego dar lugar a los maestros mayores de obra invitados, que procedieron a construir un arco macizo de ladrillos. Así, el lugar se convirtió en una cripta subterránea.

Nacida en medio del campo y planificada hasta en sus más mínimos detalles, de esta manera quedaba fundada la nueva capital de la provincia de Buenos Aires, la cual hasta contó con instrucciones a modo de legado de cómo y cuándo se debería abrir su Piedra Fundacional.

“…y si las generaciones venideras quisieran en su centenario conmemorar este acto y constatar la existencia de este documento y objetos que le acompañan, deberán efectuar una excavación que partiendo del punto céntrico de la plaza, mida 1,50 mts. en la dirección ya indicada. Excavando perpendicularmente se encontrará el frente del macizo y la puerta que guarda la caja. Cumplido el objeto y depositada el Acta de la Ceremonia que tenga lugar se cerrará tal como se encontraba”. Con esta transcripción del acta de la ceremonia del 19 de noviembre de 1882, Emilio R. Coni quiso dejar constancia en su Reseña Estadística y Descriptiva de La Plata, publicada en 1885, sobre la voluntad de los fundadores. Transcripción que cien años más tarde, por las derivas insólitas del destino, fue tenida en cuenta por las autoridades para organizar las obras de exhumación de la caja de plomo.

Escudo de la ciudad de La Plata en el mármol que desde 1983 cubre la Piedra Fundacional en el centro de Plaza Moreno.

Sin embargo, quiso la historia que este legado transcripto en los documentos de la época fuera respetado parcialmente en 1982, ya que los objetos de la cápsula del tiempo nunca volvieron a su lugar de origen. Cuando se les pregunta los motivos, los actuales encargados del Museo y Archivo Dardo Rocha desconocen por qué los objetos de la Piedra Fundacional terminaron en esa dependencia. “Yo creo que el problema fue cómo se interpretó lo que estaba escrito en el legado que dejó Rocha”, se anima a adivinar Daniel Mesa, uno de los empleados municipales a cargo.

Susana Scorians, quien trabaja en la Municipalidad desde 1976, arriesga otra respuesta: “Por el agua se perdió toda la parte documental (…) y para mí todo pasa por la gran sorpresa que tienen cuando se pierden los elementos que ellos pensaron que iban a encontrar. Por eso ellos comienzan a pensar sobre lo que se les puede dejar a las nuevas generaciones”.

ENTRE GALLOS Y MEDIANOCHE

Algunos afirman que hacia mediados de 1982 el país se encontraba en una transición hacia la democracia, por lo que no se puede considerar al ex intendente Abel Blas Román como parte de la dictadura instaurada en Argentina en la década del 70; por el contrario, otros consideran que este abogado de 40 años, elegido a dedo por el Colegio de Abogados de La Plata para dirigir la ciudad, debe ser considerado como un colaboracionista de la dictadura. Lo cierto es que de todos los intendentes de La Plata, fue él quien tuvo el privilegio de estar al frente del municipio durante su centenario.

“Lo que vamos a hacer es iniciar los trabajos de alrededor para establecer con precisión de qué modo debemos trabajar el 19 de noviembre. La población tiene que tener la tranquilidad de que de ningún modo se va a tocar nada, como lo dice el Acta Fundacional, en el sentido que va a ser el 19 de noviembre cuando se realice la apertura”. Con estas palabras, Abel Blas Román daba por iniciados los trabajos de excavación en el centro de Plaza Moreno el 20 de septiembre 1982.

Biblioteca del Museo y Archivo Dardo Rocha.

Las expectativas se acrecentaban a medida que pasaban los días y se acercaba el centenario de la ciudad. En el centro de la plaza se había armado una estructura de tipo iglú para proteger las obras, la cual los vecinos podían visitar de lunes a viernes por la tarde, y los fines de semana durante todo el día.

Pero una mezcla de temor e incertidumbre los invadió el 9 de noviembre. Se comprobó la presencia de humedad dentro de la estructura de ladrillos y esto obligó a adelantar la apertura. Nunca mejor dicho “entre gallos y medianoche” y casi en la clandestinidad, las autoridades convocaron en altas horas de la noche del 10 de noviembre de 1982 al escribano general de gobierno de la provincia de Buenos Aires, Leopoldo Cos, y al escribano adscripto, Enrique Saraví, para labrar la correspondiente acta de lo que se extrajera del interior de la caja colocada por Dardo Rocha.

En el lugar se encontraban el gobernador de facto Jorge Aguado, su ministro de gobierno Gastón Pérez Izquierdo, el intendente Román, el subsecretario de Obras Públicas de la Municipalidad Horacio Ortale y los integrantes de la Comisión Fundacional, la cual reunía a integrantes de la UNLP, la Municipalidad y la Asociación Amigos del Museo y Archivo Dardo Rocha.

Al levantar la tapa de mármol de Carrara se descubrió la caja de plomo soldada, la cual tuvo que ser forzada para romper la soldadura. Y al retirársela sólo pudieron observar la redoma de cristal con grabados e inscripciones, una caja de madera, un diario y un lacre, todo sumergido en agua turbia.

Sobre la decepción de los testigos nada dicen las actas notariales, sin embargo éstas sí dan testimonio de lo que ocurrió a continuación. Según quedó asentado, al ver el agua el intendente Román indicó a los presentes que los objetos requerían una detallada constatación, análisis y estudio técnico, y un posterior inventario de documentos y objetos. Es por eso que siendo las 00:45 solicitó que se volviera a colocar las tapas y el recinto se cerró hasta la mañana siguiente.

Libro de protocolos notariales del año 1982, en el que se observa el acta técnica sobre el estado de los papeles restaurados (Foto: Escribanía General de Gobierno)

El segundo intento de exhumación se dio ese mismo día. Esta vez estuvieron presentes el escribano general de gobierno, el intendente y la Comisión Fundacional, habiendo sido especialmente convocado para actuar como perito Jorge Gazaneo, profesor de la Facultad de Arquitectura de La Plata y vicepresidente del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS). Para el experto, el análisis de la tapa de la caja de plomo demostraba que no había signos de que haya habido violación previa a la apertura de la noche anterior. El especialista lo justificó por la ausencia de rozaduras en el metal. Seguidamente dejó asentado en su acta técnica que el lugar se encontraba inundado.

Luego fue el turno del minucioso inventario de los objetos. Esta vez el escribano general estuvo acompañado por el equipo de escribanos Dora Mc Britton, Enrique Saraví, Gerardo Zoroza y Susana Irigoyen de Irigoyen. Se constató que el primer objeto sumergido que fue rescatado era una caja de madera, de 30 cm de largo por 22 cm de ancho por 11 cm de alto, la cual contenía abundantes monedas y medallas.

El siguiente objeto fue la redoma de vidrio obsequiada por la ciudad de Buenos Aires, de 58 cm de alto, que al apoyarla sobre su base presentaba 21 cm de agua en su interior y una cachadura en el borde de apoyo, en la cual se debería haber encontrado el acta de la fundación. De ella se extrajeron dos bloques de documentos humedecidos: el primero fueron 14 copias del plano de la ciudad en “buenas condiciones”, según se dejó asentado. En el segundo paquete de documentos se podía leer “Oficinas Ministerio de Gobierno 1882", que contenía una carta manuscrita ilegible, dos cuadernillos y un pliego pegado.

La pesquisa fue exhaustiva. Después se extrajeron restos de papel deteriorado que fueron identificados y guardados como muestras nº 2-a y nº 2-b, el agua del interior como muestras nº 3-a y nº 3-b, y otros restos de documentos como nº 4. Incrédulos por la ausencia de la partida de nacimiento de La Plata, continuaron el trabajo vaciando los 39 litros de liquido acumulados a través de los años. En ese momento apareció un fugaz rayo de esperanza cuando se encontraron otros cinco documento. Estos terminaron siendo dos periódicos que se encontraron pegados entre sí, y los otros fueron ejemplares de La Nación y La Prensa del domingo 19 de noviembre de 1882.

Redoma de cristal donada por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires para guardar el Acta Fundacional de la ciudad de La Plata.

El inventario se demoró hasta las 22:15 del 10 de noviembre, dando como resultado: 173 monedas de la Confederación Argentina y la República Argentina, 105 medallas conmemorativas de eventos ocurridos durante el siglo XIX de grupos civiles, policiales y militares. Más todos los documentos extraídos en donde se evidenció, para sorpresa de propios y extraños, la “falta del Acta Fundacional”.

Esa misma noche la tapa de mármol y el contenedor de cristal fueron trasladados a una habitación del Palacio Municipal, quedando bajo la custodia del subsecretario de Obras Públicas. La caja de madera con los elementos numismáticos fue colocada en la caja de seguridad de la intendencia por disposición de Abel Román, y las llaves fueron entregadas al escribano general de gobierno de la provincia. Mientras, el patrimonio documental hallado fue enviado a laboratorios de la UNLP.

LOS DOCUMENTOS RESTAURADOS

El día del centenario llegó en un caluroso día de noviembre, pero esta vez las autoridades no se encontraban en el llano como cien años atrás, sino en un suntuoso palco especialmente instalado. En él se podía ver a Reynaldo Bignone, último presidente de facto del Proceso de Reorganización Nacional, al gobernador bonaerense Jorge Aguado y al intendente platense.

Ante los portes marciales de las autoridades y sus colaboradores, los empleados municipales hicieron descender con una polea una nueva cápsula del tiempo. Esta vez se trataba de un contenedor metálico sellado al vacío, el cual había sido fabricado en los Astilleros Rio Santiago, y en el que se habían guardado medallas de entidades platenses de la época, cartas de vecinos, mensajes de las principales autoridades para la posteridad y el acta oficial de ese día.

A continuación se procedió al cierre del macizo con cemento y ladrillos huecos; sin embargo, todo se trataba de un acto simbólico por el día del centenario, ya que en ese momento la caja de madera que contenía las medallas no había sido restaurada, los documentos se encontraban en los laboratorios de la UNLP y aún se barajaba la posibilidad de guardar los objetos originales junto a la nueva caja metálica, como constaba en la transcripción del Acta Fundacional.

Finalizados los actos por el centenario y vuelta la calma a la capital, el 7 de diciembre de 1982 se reunió la Comisión Especial Fundacional con el intendente para entregarle el informe técnico final sobre “los documentos restaurados”. Según este informe, se trataba de un ejemplar de la Constitución de la Nación de 32 páginas de 1868; un ejemplar de la Constitución de la provincia de Buenos Aires de 84 páginas de 1873; una carpeta con el título “Ministerio de Gobierno 1882”, con 20 folios de la Ley de Federalización de la ciudad de Buenos Aires de 1880 y el Censo de la provincia de Buenos Aires del 9 de octubre de 1881; 14 ejemplares de la reproducción litográfica de la traza original de la ciudad; 3 ejemplares del diario La Nación del 19 de noviembre de 1882; y 2 del diario La Prensa del 19 de noviembre de 1882.

Sede central de la Escribanía General de Gobierno de la provincia de Buenos Aires en La Plata.

A su vez, la comisión le presentó un informe en donde se sugería el criterio a adoptar con los objetos fundacionales. En primer lugar, se debía solicitar a la brevedad que el recinto fundacional fuera declarado monumento histórico nacional para que sea preservado correctamente. En segundo lugar, que todos los objetos y documentos fueran devueltos a la Piedra Fundacional como así lo había dejado establecido Dardo Rocha en su legado.

“Nada de eso se cumplirá. La encargada del museo María Apreda de Di Masi, con contactos en el gobierno provincial, sugirió que los objetos se guarden en el museo y que no vuelvan al recinto fundacional”,  explica Elvira Nouzeilles, ex restauradora de la antigua casa de Dardo Rocha, revelando la causa original por la cual no se respetó su voluntad.

La razón habría sido el atractivo turístico y cultural que significaba tener expuestos permanentemente esos elementos, aunque esto significara desvirtuar la identidad del museo del fundador de La Plata, que en la actualidad parece ser un museo sobre el centenario.

Esta versión fue confirmada y ampliada por la carta oficial que el 16 de diciembre de 1982 el gobernador Aguado le remitió a Abel Román, y que el propio intendente se encargó de protocolarizar ante el escribano general: “Tengo el agrado de dirigirme a Usted para saludarle muy cordialmente y referirme a los testimonios de los fundadores de La Plata contenidos en la Piedra Fundamental. Visto el interés público que dichos testimonios han suscitado en la ciudadanía, considerando su valor testimonial para el patrimonio histórico de la Provincia –valor que para ser efectivo debe hacerse accesible a la observación de quienes lo deseen– y que todo lo cual tiene a demás un valor simbólico de profundo sentido político para nuestra comunidad, he decidido disponer que los mismos sean definitivamente exhumados y se guarden expuestos al público en la sede de la Intendencia Municipal, o donde el futuro conviniere”.

GRADUAL DESAPARICIÓN DOCUMENTAL

Cuenta la leyenda urbana que la noche del 19 de noviembre de 1882 un grupo de personas extrajo de la Piedra Fundacional el acta de la ciudad de La Plata y los elementos de valor por orden del presidente Julio A. Roca. Este relato mítico de un saqueo por razones políticas intenta dar una explicación a la ausencia del documento histórico. Y fue de público conocimiento en 1982, ya que el ex intendente Miguel Blas Szelagowski lo dejó por escrito en la crónica oficial que se le encomendó realizar para el centenario; sin ir más lejos, en mayo de 1983 él mismo realizó una conferencia titulada “La desaparición del Acta Fundacional. Un enigma para historiadores”.

 Cajas con documentación histórica en el archivo del Museo Dardo Rocha.

Distinto destinos, a su vez, fueron sufriendo el resto de documentos inventariados y restaurados por la UNLP. En noviembre de 1982 fueron exhibidos en el Palacio Municipal las monedas, medallas y la redoma de cristal. Según se puede observar en el documental oficial de 1982 “La Plata 100”, entre éstos también se encontraban un par de páginas sueltas que habían sido restauradas, faltando los 5 periódicos, los 14 planos y las 2 constituciones.

La hipótesis que manejan los investigadores es que ante la comprobación por parte de los funcionarios provinciales de la época de que el Acta Fundacional no estaba, que algunos papeles estaban deteriorados, y que por el contrario, había una gran cantidad de documentos “irrelevantes” como la Constitución Nacional, se habría tomado la decisión de ocultar la mayoría de estos y así hacer más creíble que el Acta Fundacional realmente se había perdido.

De esta manera, se explicaría la intención del intendente Abel Blas Román de desligarse de las decisiones tomadas y resguardarse de cualquier futura investigación. Así es que tomó la iniciativa de presentarse él mismo el 22 de diciembre de 1982 ante el escribano general de gobierno, pidiendo que se protocolice el informe final de la comisión fundacional y la carta del gobernador Aguado.

Pero es una parte del rompecabezas. Esta hipótesis sólo explica lo que pudo haber pasado con las constituciones en ese período pre democrático. Se supone que, finalizado el año del centenario, los documentos fueron guardados junto a las medallas y monedas en los depósitos del Museo y Archivo Dardo Rocha para ser exhibidos eventualmente en los aniversarios de la ciudad, hasta que se armó la habitación en donde hoy son expuestos al público.

La noticia, sin embargo, pasó desapercibida debido a la gran crisis social e institucional que vivía el país a fines de la década del 80; así las cosas, la primicia sobre la desaparición total de los documentos fundacionales, y la versión de la destrucción por el agua la expuso el vecino Arturo A. Philip en marzo de 1989 a través de su periódico mensual Alter Ego.

Este médico platense anunció en primera plana que él y su grupo de investigadores habían llevado a cabo una exhaustiva pesquisa en archivos y bibliotecas de La Plata. De esa forma, no abonaron la versión oficial de que “todos los documentos de la Piedra Fundacional se habían perdido por el agua”, creyendo inverosímil que no se hubieran podido reconstruir.

Creer o reventar, esta historia sigue inconclusa. Sí se sumaran las dos constituciones, los folios de la carpeta, los planos y los cinco periódicos, serían más de 170 páginas de documentos cuyo paradero aún hoy se desconoce, pudiendo estar sin clasificar en cualquier dependencia nacional, provincial o municipal.

La Plata y la conexión Jules Verne

 


«En torno a la fundación de la ciudad de La Plata (1882) se han tejido —y se tejen— infinitas hipótesis. Desde muy temprano se relacionó al escritor francés Jules Verne —autor, por ejemplo, de La vuelta al mundo en ochenta días20.000 leguas de viaje submarino —con la nueva ciudad. Más tarde se sugirió una sugestiva semejanza entre La Plata y una ciudad ideal descrita por Verne. Repetida sin cesar, aún hoy en día esa historia está plagada de interrogantes. ¿Qué unió realmente a Verne con La Plata? ¿Es La Plata la ciudad ideal imaginada por el escritor francés? De ser así, ¿se ha señalado la ciudad modelo correcta? Y, además, ¿qué relación tiene todo lo anterior con la tan mentada masonería?»

 

«Otros dicen que Verne no predijo nada; que Dardo Rocha y Pedro Benoit —diseñadores de la capital bonaerense— lo único que hicieron fue leerse aquel libro y copiar la ciudad.»

Gloria Guerrero, Indio Solari. El hombre ilustrado (2007, p. 25)

 

De entre los subgéneros narrativos que derivarían en la ciencia ficción —historias sobre viajes extraordinarios, relatos basados en temas esotéricos y la novela gótica—, la utopía cientificista se destaca en el Río de La Plata por poseer un importante número de cultores. Según Carlos Abraham, las narraciones utópicas se desarrollan en la región «…sobre todo a partir de la publicación de Looking backward or The year 2000 (1888) de Edward Bellamy…». Autores como Aquiles Sioen, Francisco Piria, Eduardo de Ezcurra y Enrique Vera y González, a los que se podría agregar el escritor chileno Francisco Miralles, dan a conocer novelas de corte utópico —donde se presentan sociedades ideales— a fines del siglo XIX.

Hay, sin embargo, un detalle a tener en cuenta. Antes de la aparición del «texto modélico» de Bellamy, en el Río de la Plata se difundieron otras utopías cientificistas. Hacia comienzos de la década del 80, la obra de Jules Verne era ya conocida en estas tierras. Y tanta fue su penetración en ese momento que desde entonces y hasta el presente su figura apareció vinculada con la fundación y la concreción de la ciudad de La Plata.

 

Los comienzos

 

El 14 de noviembre de 1882, cinco días antes de la fundación oficial de La Plata, El Diario —periódico defensor del proyecto urbano y de la consecuente candidatura presidencial de Dardo Rocha— en una editorial titulada «Obras son amores» negaba, a través de la obra realizada, que se tratara de una ciudad «fantástica al estilo Verne» como sostenían sus detractores:

 

«Los literatos… que se nutren de la lectura fácil de las novelas modernas… encontraron ocasión propicia para decir que La Plata es una ciudad fantástica, una ciudad a lo Julio Verne… […] Ya nadie lo pone en duda; han desaparecido los literatos romancistas que la llamaban la ciudad a lo Julio Verne. Todos los que antes la negaban ahora están callados.» 

 

Siete años después, en 1889 Santiago Alcorta, el Presidente de la delegación argentina en la Exposición Internacional de París (se festejaban los cien años de la Revolución Francesa), informa sobre el éxito de la presentación del plano catastral de La Plata, acompañado por fotos de los edificios públicos y por un texto de Emilio Coni. El plano recibe una medalla de oro y la ciudad, siempre según Alcorta, es calificada como «ciudad de Julio Verne». Entre los asistentes a la Exposición, cuenta la tradición, aparecía Verne en su rol de urbanista.

Al cumplirse medio siglo de la fundación, el diario El Día (19-11-1932) recoge las críticas iniciales: «El día que se colocaba la piedra fundamental, no eran pocos los que exclamaban: La Plata será un mito, una ciudad de Julio Verne», y las refuta con la evidencia:

 

«Los 50 años han llegado y la ciudad de Julio Verne es un arquetipo de ciudad, la más hermosa de las urbes argentinas. La fábula que imaginaban los escépticos… es el prodigio real de la argentinidad» 

 

Al principio una acusación de los escépticos, poco a poco y con los años la eventual relación Verne-La Plata se fue convirtiendo en un dato cuasi-histórico. Lo que había sido parte de un argumento de orden político —con ciudad a lo Julio Verne se buscaba empañar la intención de Rocha de llegar a la presidencia— se metamorfoseó en un dato perteneciente a la historia de la arquitectura o del urbanismo.

La bibliografía sobre el tema (con alguna excepción) es unánime: La Plata fue diagramada en base a una ciudad de nombre France-Ville descrita por Verne en su novela Los quinientos millones de la Begún (París, 1879). Esta tradición perdura hasta hoy, a pesar de que nunca se ha aclarado dónde, cuándo, cómo, quién la originó ni nunca se justifica su pertinencia

 

Las hipótesis del contacto

 

Sugiramos tres hipótesis que intenten explicar ese hecho.

1.- En algún momento de los años setenta Verne visita la Argentina y se contacta con Dardo Rocha —el fundador— y/o con Pedro Benoit —uno de los responsables de la confección del plano. En esa ocasión les hace conocer o sus ideas o su escrito.

2.- En 1879 Aquiles Sioen —periodista francés— publica en Argentina su utopía prospectiva Buenos Aires en el año 2080. En su dedicatoria a Antonino Cambaceres —más tarde colaborador de Rocha-Sioen reconoce su deuda con (la obra de) Verne. El libro es prologado por Héctor Florencio Varela, amigo personal de Rocha, y director de la revista El americano en París entre 1870 y 1875. La incidencia sería indirecta: Sioen y/o Varela son posibles canales por medio de los cuales habría arribado la novela o la idea de Verne al Río de la Plata.

3.- El higienismo. Esta corriente de pensamiento, llamada también sanitarismo, aparece en Europa como reacción al enorme e insalubre crecimiento de las ciudades industriales. Se preocupa, durante el siglo XIX, de plantear reformas para un espacio urbano plagado de problemas de habitabilidad. En el medio de congresos, publicaciones, discusiones y proyectos, en 1876 el médico inglés Benjamin Ward Richardson publica Hygeia. A City of Health, una ciudad ideal basada en un esquema higienista. Verne declara que France-Ville está inspirada en Hygeia. Muchos de los asesores de Rocha en el proyecto —como Guillermo Rawson, Eduardo Wilde y Emilio Coni— eran médicos higienistas en contacto con esas ideas.

Hasta aquí, ninguna certeza.

Tal vez podría suponerse que los sanitaristas argentinos —asesores del fundador de La Plata— conocieron efectivamente la obra de Richardson y la de Verne. Pero aún así, el sanitarismo no convierte en necesaria la relación entre La Plata y el escritor francés. 

 

Obstáculos

 

Junto a la ausencia de hipótesis convincentes sobre la conexión, aparecen otras dificultades.

Por un lado, ¿por qué los proyectistas recurrirían a la novela de Verne si contaban con un amplísimo corpus de conocimiento del que podrían haber echado mano para sus fines? En Europa y América: las ciudades ideales del Renacimiento, la cuadrícula colonial o damero clásico basado en las Leyes de Indias, el plan de remodelación de Idelfonso Cerdá para Barcelona, la ciudad higiénica de Chadwick (su discípulo fue Richardson), el falansterio de Fourier, la ciudad barroca y posbarroca (el trazado era un eje monumental como extensión del centro primitivo con diagonales tal como se da en Versalles, Karslruhe, Londres diagramada por Wern en quien se basa Pierre Charles L´Enfant para diseñar Washington). Y los antecedentes dentro del país: de 1826, el proyecto de Santiago Bevans de una ciudad con diagonales, las propuestas de Marcelino Lagos y Felipe Senillosa para reformar Buenos Aires (en 1867 y 1875 respectivamente), el plano de Adrogué proyectado con diagonales (1872).

Por otro lado, ¿en quién influyó Verne o quién tomó como referencia su obra? Ningún dato avala que Rocha hubiera tenido conocimiento de la novela de Verne. En cuanto a los otros responsables, aún no hay consenso sobre el autor del plano ¿Lo diseñó un individuo o un grupo? La magnitud de la empresa hace suponer que el plano fue realizado por el Departamento de Ingenieros: se trató de una obra colectiva en la que participaron ingenieros, agrimensores, arquitectos. Y aún si se atiende a las versiones que remarcan la incidencia de un único director, regresa el interrogante: ¿quién fue ese director? En esto tampoco hay acuerdo. Tradicionalmente se le adjudicó la obra al ingeniero Pedro Benoit. Según el arquitecto Alberto de Paula, Benoit nunca firmó ningún plano y se convirtió en «el autor» en 1889, en la Exposición de París, al estampar su firma en una copia del diseño. De Paula propone otros dos nombres propios en lugar de Benoit: quien comandó las acciones dentro del Departamento de Ingenieros fue el agrimensor alemán Carlos Glade a cargo de la sección Trabajos catastrales. Aunque, si bien Glade fue responsable de la concreción del plano, especifica el mismo de Paula, la idea provino del arquitecto argentino Juan Martín Burgos. Éste presenta su proyecto «La nueva capital de la provincia» —una ciudad de planta cuadrada con diagonales— a través del periódico El Nacional los días 27, 28, 29 de abril de 1882 y se lo envía al gobernador Rocha. El ministro D´Amico anota en el dorso de la carta recibida «Téngase presente» y lo gira al Departamento de Ingenieros donde se plasma con mínimas modificaciones.

La tarea de de Paula, en este sentido, es excepcional por dos razones: rescata la decisiva figura de Burgos (y la incidencia de Glade) contra una tradición poco menos que inamovible que sostiene a Benoit como el autor del plano y, en segundo lugar, es el único dentro de la bibliografía que no toma en cuenta a Verne como un posible antecedente o como el inspirador de la traza de la ciudad.

 

Un nuevo elemento

 

A pesar de los innumerables divulgadores (el epígrafe de este escrito da cuenta de esa manía), sólo se puede afirmar que los ideólogos de La Plata adherían a ideas sanitaristas al igual que Verne. Esto, como es evidente, no es suficiente para conectar la novela con La Plata. No sólo existían decenas de antecedentes para un proyecto semejante, sino que además fue una tarea arquitectónica impulsada por múltiples actores.

¿Estamos, entonces, frente a una leyenda transmitida de generación en generación o existe algún otro dato que permita relacionar la novela de Verne con la capital bonaerense?

Según el investigador Eduardo Sebastianelli si se toma en cuenta la incidencia masónica, hay dos líneas de explicación para el origen de la ciudad: una señala la —ya enunciada— vertiente higienista; la otra apunta a La Plata diseñada en base al modelo de la Jerusalén celeste. Aunque la real ingerencia de la masonería en el proyecto y en su concreción es aún discutida, resulta aquí central ya que permite revisitar la conexión e identificar nuevos aspectos.

Revisemos la primera línea. El higienismo fue impulsado en Europa, sobre todo, por masones. Jules Verne era masón —o si por lo menos no él directamente, todo el círculo de su editor Hetzel sí. El viaje hacia la Argentina en los años setenta (primera hipótesis sobre la conexión), se trataría de Verne asistiendo a una convención masónica. Rocha y Benoit eran masones iniciados. Y aceptando que no fuera Benoit el autor del plano, Glade era masón. Juan Martín Burgos también. Los médicos asesores de Rocha, excepto Coni, eran masones.

Una década antes de la fundación de La Plata, Buenos Aires había soportado una terrible epidemia de fiebre amarilla. Una cuarta parte de la población murió. Las pésimas condiciones de vida favorecieron la difusión de la enfermedad. Médicos higienistas como Rawson y Wilde lucharon contra la fiebre amarilla. La experiencia fue determinante para que los parámetros sanitaristas predominaran en la planificación de la nueva capital. Esos médicos —asesores de Rocha— eran en su mayoría iniciados en logias argentinas.

Todos los integrantes de la Comisión especial designada por Rocha para determinar el lugar de emplazamiento de la nueva capital, masones.15 Héctor Florencia Varela, prologuista del libro de Sioen, masón. Antonino Cambaceres a quien Sioen le dedica el libro (y asesor de Rocha) también era masón iniciado. Aquellos que habían ya realizado propuestas de modificación de la ciudad de Buenos Aires, Marcelino Lagos y Felipe Senillosa, masones.

Casi la totalidad de los que participaron en el proyecto de la nueva ciudad eran higienistas y masones. Quizá, estos elementos mantuvieron a lo largo de los años la conexión nacida desde antes de la fundación entre un Verne, ahora sanitarista y probable masón, y la ciudad. El problema es que luego esa azarosa ligazón derivó en un dato repetido hasta el hartazgo, pero nunca corroborado: La Plata tiene como modelo a France-Ville una de las ciudades de la utópica novela de Verne Los quinientos millones de la Begún. (O tal vez se dio una mecánica inversa: alguien descubrió ciertas semejanzas entre la ciudad ficticia y la real y recordó la inicial conexión). Sea como fuere, aceptemos que La Plata está basada en France-Ville, ¿en qué se asemejan esas dos ciudades?

En su segunda línea de explicación, Sebastianelli asegura (como tantos otros) que en la novela «…Verne describe con asombrosa exactitud una ciudad como La Plata, diseñada por médicos sanitaristas…».

 

…el plano de la ciudad [France Ville] es… regular… Las calles, cruzadas en ángulos rectos, están trazadas a distancias iguales… plantadas de árboles y designadas por números de orden. De medio en medio kilómetro, la calle, tres veces más ancha, toma el nombre de paseo o avenida… En todos los cruces de las calles, hay un jardín público adornado con… esculturas… (Los quinientos millones de la Begún, cap. X)

Se trata de una exactitud, por lo menos, desleída: avenidas cada cinco (en La Plata cada seis) cuadras, calles ordenadas por números, amplios espacios verdes, obras de arte, ambas ciudades ideadas por sanitaristas.

Pero Sebastianelli para reforzar su postura agrega otra semejanza fundamental sustentada también en la masonería: así como France-Ville basa su diagramación en la Jerusalén celestial (un símbolo masón), La Plata (diagramada por masones) repite ese esquema. ¿De qué esquema se trata? Sebastianelli no lo aclara. El resto de la bibliografía se desentiende de revisar la relación France-Ville-La Plata en base a ese modelo «celestial».

 

La prueba del triple recinto: ¿France-Ville o Stahlstadt?

 

René Guenón (1886-1951) —especialista francés en símbolos sagrados y masón iniciado— sostiene que la configuración arquitectónica de la Jerusalén celeste se basa en «el triple recinto druídico». Un triple recinto druídico se puede representar: por medio de tres cuadrados concéntricos y cuatro rectas que parten del cuadrado central (figura 1), mediante dos rectas en cruz, cortadas por dos rectas diagonales (figura 2), por medio de la superposición de las dos figuras anteriores (figura 3).


Este esquema aparece en diferentes lugares y en distintos momentos históricos —en la Acrópolis, en el Partenón, en el claustro de San Pablo en Roma, en la Atlántida delineada por Platón  y hasta en la bandera del Reino Unido .

Pero, extrañamente, France-Ville no presenta la forma de ese triple recinto. Es más, a contrapelo de lo que se ha sostenido por décadas, los rasgos principales de la Jerusalén celeste no aparecen en la descripción France-Ville sino en la de otra ciudad: su enemiga Stahlstadt.

En la novela utópica Los quinientos millones de la Begún France-Ville es proyectada por el médico francés Sarrasine. Éste, al acceder a una herencia millonaria, decide en beneficio de la humanidad construir una ciudad que le haga frente al hacinamiento, a la suciedad y a la enfermedad. El proyecto de Sarrasine se realiza, pero en su camino se interpone el doctor Schultze, un malvado científico alemán que se queda, por medio de una treta, con la mitad de la herencia y construye Stahlstadt o la Ciudad de Hierro.

La Ciudad de Hierro es una gran fundición destinada a crear las armas que destruyan a France-Ville. Esa oscura mole de cemento y acero está compuesta por una muralla externa alrededor de la cual se extienden vías ferroviarias en circunvalación (el tercer recinto druídico), una segunda muralla interna tras la cual se sitúan los talleres de fundición y modelado de hierro, sección surcada por calles numeradas (el segundo recinto), y un bloque central donde vive Schultze (el primer recinto, que incluye una selva virgen), todo conectado por medio de canales y de vías subterráneas que alcanzan a las puertas exteriores.

Si se observa la traza de la ciudad de La Plata, puede advertirse ese triple recinto propio de la imaginería masónica basada en la Jerusalén Celeste (figura 4): a) un bloque central cuadrado formado por las calles 7 a 19 y 44 a 60, b) un segundo bloque que iría de 1 a 25 y de 38 a 66, c) la muralla externa o de circunvalación: de 32 a 72 y de 122 a 131 (con las vías ubicadas a los largo de 72 y 122), d) si tomamos el triple recinto en su forma estrellada (figura 2): las calles 7 y 13 en forma de cruz y las diagonales 74 y 73 que las atraviesan.

Podría agregarse a favor de Stahlstadt modelo de La Plata: la Ciudad de Hierro es levantada por Schultze después que France-Ville con el fin de ubicarse a tiro de cañón para destruirla, así como La Plata fue construida —obviamente— después que la ciudad de Buenos Aires, y en relación con esto, un dato, por lo menos, curioso: Schultze construye su Ciudad de Hierro a unas diez leguas de France-Ville o, lo que es lo mismo, a unos 50 km., una distancia aproximada a la existente entre La Plata y Buenos Aires.

En todo caso, tal vez no sea aventurado decir que las dos ciudades se relacionan con La Plata. El primer título que Verne pensó para su novela fue Ciudad de Oro y Ciudad de Acero o Historia de dos ciudades modelos. France-Ville es el ejemplo de ciudad higiénica.

Pero en lo que respecta a la masonería y a la traza de la Jerusalén celeste, no hay dudas: Sebastianelli y tantos otros se equivocan. No es France-Ville la ciudad masónica modelo de La Plata, es Stahlstadt.18 Los personajes (inclusive los relacionados con France-Ville) reciben su iniciación masónica dentro de Ciudad de Hierro: «Se decía que [en Stahlstadt]… los obreros habían sido sometidos… a una serie de ceremonias masónicas…» (Los quinientos millones de la Begún, cap. 7).

 

Conclusión

 

El tema es amplísimo y roza en ciertos momentos, como no podría ser de otra manera, lo fantástico. Originada en una disputa política, sustentada en una corriente de ideas —el higienismo— y fortalecida a través de la masonería, la extraña conexión Verne-La Plata fue siempre esgrimida y nunca corroborada con datos concretos.

Los que alentaban «una evidente relación» a partir de una semejanza textual-catastral siguieron acríticamente el curso de la tradición bibliográfica y en ningún momento dudaron que France-Ville fuera el modelo de la nueva capital. Por esa razón, y a pesar de las evidencias, nadie relacionó nunca La Plata con Stahlstadt. Parece tra

tarse de un olvido o de un error razonable si se considera que en la novela de Verne la eutópica France-Ville triunfa y la distópica Ciudad de Hierro perece.

De todas formas, conservar (tal cual está o modificada) esa leyenda verniana repetida hasta el hartazgo implica una revisión del tema o se impone su relativización definitiva.

 

Roberto Lépori – (Prof. en Letras – UNLP / Guionista – ENERC)