El arte del fileteado platense, una larga tradición*




Tres fileteadores cuentan cómo se reinventó este arte popular argentino en la permanencia de sus años dorados en el siglo XX.

Nacido a finales del siglo XIX en el puerto de la Ciudad de Buenos Aires, el fileteado es una de las expresiones artísticas más arraigadas en la Argentina. Tiene el aroma de los carros, los colectivos y el tango, pero es mucho más que eso: con el paso del tiempo tuvo que reinventarse para sobrevivir al avance de la tecnología y para superar los escollos que aparecieron por distintas circunstancias. La Plata tiene su historia y más de un siglo después hay fileteadores que resisten y dan la batalla con alegría, convencidos de que esta técnica centenaria continúa igual de vigente que en sus años dorados, cuando las calles y las paredes de los barrios eran conciertos de colores y pinceladas únicas, con un estilo tan nuestro como Gardel y Maradona.

Dicen en la Asociación de Fileteadores -creada en 2013- que el primer registro fotográfico de un filete en Buenos Aires data de 1896, aunque sospechan que antes de esa fecha existía la técnica. En el escenario portuario, en medio de las sucesivas oleadas de inmigrantes provenientes de Europa y el creciente tráfico de carros tirados por caballos que transportaban carne, verdura y leche, nació esta expresión cultural que tiene como esencia la calle, con todo lo que eso implica para el imaginario popular.

"Acá los fileteadores nunca fuimos considerados artistas: siempre fuimos artistas menores, artesanos. Pero eso es algo que no nos ha atravesado, al contrario, nos hizo más fuertes", reflexiona Beto Palavecino -Yapán-, uno de los exponentes de este mundo en La Plata. A sus 51 años trabaja en su taller de 45 entre 22 y 23 que comparte también con Luxor, el reconocido artista graffitero y muralista de las diagonales. Allí pasa los días dibujando y coloreando todo tipo de objetos, dando clases y charlas y nunca olvidando sus orígenes, cuando hace casi dos décadas llegó desde Capital Federal sólo con un pincel y mucha incertidumbre. Acá se hizo de abajo y a fuerza de trabajo y recorrido se ganó su lugar: su talento y persistencia le valieron el reconocimiento, entre otros, de Rocambole, de Osvaldo Bayer y de su queridísima Nora Cortiñas, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo que un día le envió un audio de WhatsApp para agradecerle por el cuadro que, con mucha vergüenza, él le había regalado: "Lo guardé en mi casa porque todos los días lo veo y me da fuerzas para salir a luchar", le dijo. "Cada vez que lo cuento me emociono", confiesa el fileteador.

A varias cuadras, cruzando la vía de 1 y 38, está desde hace casi setenta años Letreros Bianchi, tal vez el rincón que más historia tiene en nuestra ciudad a la hora de hablar del fileteado. En un prolijo taller en el que día a día retumba el sonido del paso del tren trabaja Rolando, el hijo de Gerardo, el pionero que antes de fallecer le dejó su legado. Él lo honra semana tras semana, cada vez que se sube al auto en su Bavio natal para venir a La Plata sin ningún reproche, en una réplica fiel de lo que ocurrió con su padre allá por 1943 y bastante después con él mismo: "A mi viejo, el tío lo dejaba acá en el centro y derechito iba al trabajo; luego se tomaba el tren y volvía. Yo empecé a viajar con él en una rastrojera a 50 kilómetros por hora salíamos a las 5 de la mañana, llegábamos acá las 7, hacíamos los carteles, a la tardecita cerrábamos y llegábamos a las 9 a Bavio, cosa que repetíamos todos los días, lloviera o no. Lo sigo haciendo y estoy contento”.

En Abasto, sobre Ruta 2 y a 25 kilómetros de Plaza Moreno hay un pequeño lugar llamado "El mágico mundo del filete", que guarda entre sus paredes la mística de este arte que todavía disfruta Alberto Pereira, un hombre de 80 años recién cumplidos que irradia una conmovedora pasión por su trabajo, ese que aprendió primero a los 13 años de la mano de José Pascual Cortés, un famoso pintor que daba clases en Bellas Artes, en la Ciudad de Buenos Aires, y luego con los consejos de Antonio Dúccoli, en Barracas. A Cortés llegó de manera fortuita por intermedio del novio de la prima española de su padre, en Villa Domínico. Entre ese momento y este otoño de 2022 construyó una trayectoria conmovedora, con trabajos realizados en distintos ámbitos y que hoy giran por el mundo. Comenzó pintando carros, camiones y colectivos, cosa que quedó en el pasado. Ahora se enorgullece al explicar que hoy en día se dedica a "filetear los recuerdos y los sentimientos de la gente".

A Alberto se le acercan hombres y mujeres que se maravillan tanto con los adornos de su galpón, que a los pocos días regresan con objetos que pertenecieron a sus padres y abuelos: “Me cuentan historias que me hacen caer las lágrimas; me traen esas cosas para que yo se las adorne con los nombres de sus familiares y les haga un fileteado. En este momento eso es lo que más me llena y a eso me dedico”.

"El filete, más allá de la técnica pictórica, es la conexión con la gente, desde el costado más sencillo. Uno cuando habla de arte siempre está pensando en lugares como galerías, y los fileteadores tenemos otro origen. Nos hicieron creer que el arte está allá arriba, que los artistas son genios iluminados, y el filete lo que viene a hacer es a bajar eso y a hablar de una manera más llana. Cualquiera puede ser fileteador; el fileteado lleva la manifestación artística al llano: vos podés ir por la calle y te encontrás un camión fileteado, un carro, un mural, y el fileteado agrada, tiene color, magia, un movimiento orgánico que lo lleva a uno a recorrer cosas. Y siempre a uno lo marca algo: un diseño, una frase. En definitiva acompaña, es como un rico mate, conecta con la gente. Entonces esto es muy difícil explicarlo desde lo pictórico, pero sí desde la comunicación con la gente porque nace en la calle", agrega.

LOS MARGINALES

"Hay una gran frase del maestro León Untroib que dice que 'el filete le da de comer al caballete'. Eso significa que con lo que él vivía de pintar filetes podía pintar cuadros. Es muy difícil vender un cuadro; nosotros hacemos un arte más decorativo, que entra en todos lados, no le tenemos miedo a nada, tiene ese origen de la calle que es bien popular", define Yapán. Como en las clases y charlas que brinda, es un apasionado a la hora de hablar de lo que ama y defiende a capa y espada, o a pintura y pincel.

Rolando Bianchi refuerza esa idea y con pocas palabras pero con una mezcla potente de sinceridad y resignación que a la vez es rebeldía, dice que "los fileteadores siempre estuvimos ligados allá abajo, como los artistas plásticos, y eso sigue pasando hasta el día de hoy. Muchas veces no se valora el tiempo, la dedicación y el trabajo que te lleva". Y recuerda cuando hace varios años fue convocado por la Municipalidad durante la gestión de Pablo Bruera para filetear los micros de línea que realizarían recorridos rápidos por la ciudad: "Iban a filetear las líneas 506, 508 y 518, entonces presenté los proyectos, hice todos los trabajos en chapa. Eran carteles con flores, con todos los detalles; cada micro iba a tener su trabajo hecho, yo estaba contento porque íbamos a tener laburos. Un día vinieron y me dijeron 'tus trabajos se van a digitalizar y los van a imprimir sobre los micros porque es más rápido'. Arruinaron todo, se hicieron muy poquitos micros y no se vio el trabajo a mano. Después desapareció".

Entre mate cocido y galletitas, Pereira sabe disimular cualquier aspecto negativo del filete porque contagia optimismo y vitalidad. "Cada día se le abren más puertas al filete, sigue vigente y cada vez más, esto no va a morir", repite mientras enseña una a una las piezas que tiene colgadas en este museo, lejos del ruido de las diagonales. Hay cuadros fileteados de su madre, de su padre, de José Larralde, de Carlos Gardel y de René Favaloro, entre tantos otros. Al cardiocirujano nacido en La Plata le hizo una pintura fileteada tan preciosa que un día vino un amigo del médico y al ver la obra se emocionó a tal punto que le obsequió al artista dos fotos que eran su recuerdo más vivo de aquel: en una están los dos después de un asado y en la otra posan frente a la cámara con Ástor Piazzolla. Alberto muestra las dos imágenes como si fuesen sus trofeos más valiosos.

"El fileteado es un arte popular que pertenece a los laburantes", repite Yapán. "En cada fileteador vas a encontrar que hay tipos que hacen retratos, letras, paisajes, todos tenemos que saber un poquito de cada cosa. Tenemos que interpretar todos los pedidos de la gente. Los fileteadores trabajamos con pinceles largos para hacer obras muy complejas y tenemos que saber también de color, de valor, de composición", explica. Tal vez la deuda pendiente sea insertar al fileteado en la academia, algo que históricamente fue esquivo, ya que parece deambular como un eslabón perdido entre el arte plástico y el gráfico. Por eso la misión de los fileteadores sigue siendo nada más y nada menos que la de transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones. En sus charlas y talleres hay chicos y chicas que quieren aprender y vivir de esto.

“Mi viejo arrancó fileteando carrocerías, siguió con micros de la línea 307, después con unidades de la 506, en donde también fileteaba Armando Miotti, otro fileteador muy conocido. Después también en la línea 518 y siempre laburando en la calle”, retumba el recuerdo de Rolando en Letreros Bianchi. Por este mismo lugar hace varias décadas se reunían los primeros fileteadores de la ciudad y nunca imaginaban que algún día este arte sería reconocido por las Secretarías de Cultura y en las Legislaturas, cosa que terminó ocurriendo después. El filete fue declarado en 2006 como Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires y en 2015 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

DE LOS CARROS A LOS MATES

El paso del tiempo, el avance de la tecnología y hasta una prohibición durante la última dictadura militar configuraron un desafío constante para los fileteadores, que tuvieron que readaptar su trabajo y buscar nuevos ámbitos de aplicación. Los carros que vendían carne y verdura desaparecieron, los camiones dejaron de pintarse y los colectivos se modernizaron, entonces algo había que hacer para evitar la agonía del filete, que durante varios períodos de nuestra historia estuvo en peligro de extinción.

En los años dorados del filete en La Plata, todo el esplendor se apreciaba a lo largo de diagonal 80, que era en donde funcionaba la mayoría de los negocios. "Se laburaba mucho en la calle, en los frentes de los locales; esa era la primera clientela. También en lo que era cartelería para inmobiliarias, casas de remate y más. No era como es hoy, que podés imprimir todo. Antes no, eran telas, lienzos; llevaba mucho trabajo. Mi viejo por ejemplo llevaba las lonas de lienzo para los carteles de remate y las estiraba en las paredes para pintar. Eran pinturas en pasta que se adaptaban a eso. Y para los negocios eran carteles en chapa, todo un trabajo artesanal. Antes también se hacían muchas letras en oro ¿Y ahora quién va a usar letras en oro si podés imprimir todo?", define el hijo de Bianchi.

Eran épocas de fileteros y letristas, recuerda Rolando, que destaca a aquellos primeros artistas como muy buenas personas entre sí, atentos y respetuosos a la hora de repartirse los clientes: "Éramos pocos los talleres de letreros y cada uno tenía su respeto con uno y con los otros". Eran los años más fuertes del fileteado, que los veía a todos pintando a mano camiones y retocando los micros del transporte público que iban y venían por las diagonales. "Hoy los negocios terminan haciendo un cartel en vinilo o en lona, porque es lo más económico que hay. Y eso a nosotros nos mató. Antes en la calle era carteles y carteles, ahora todo cambió", concluye.

Y esta reinvención los hace coincidir en que el fileteado sobrevivió gracias a la capacidad que los grandes maestros tuvieron para adaptarse al contexto y a la demanda de la gente. "Un día abro Clarín y leo con fondo negro y letras blancas 'murió el letrista'. Así fue, no me lo contó nadie, lo vi yo. 'Basta de letristas vagos, incumplidores y borrachos, llegó la gráfica adhesiva'. Toda esa gente en los noventa se quedó sin laburo. La tecnología nos dio un plumazo. Para ese entonces ya casi no había filetes, y gracias a algunos maestros que se dieron cuenta de que si no enseñaban el oficio moría, empezaron a dar clases y esto continuó", cuenta Yapán y agrega: "Hoy podés pintar lo que sea, no tenés límites. Menos abajo del agua, yo pinto en cualquier lugar, en garrafas, mates, bicis, guitarras y trompetas".

Y eso está a la vista en el taller de Pereira. Uno cuando entra se sorprende porque todo está fileteado, desde el auto estacionado en el medio hasta los retratos de sus padres, pasando por una regadera, una escultura de un gaucho, una tranquera y hasta el mate gigante de la puerta con la frase “Los mates amargos de mi madre fueron los más dulces de mi vida”, símbolo distintivo que aprecian los conductores que viajan hacia y desde la Costa Atlántica.

"A mí siempre me gustó darle un sentido al filete. Me pedían tantos laburos que yo llegué a trabajar para cuatro carrocerías a la vez y a veces no me daban los tiempos. Había noches enteras que laburaba con la radio colgada y tomando mate con el sereno. Con el paso del tiempo, ahora estoy en una edad en la que disfruto la tranquilidad. Acá hicimos nuestro lugar, nuestro espacio, esta es nuestra felicidad. La gente me trae retratos de la familia y trabajo sobre eso, poniéndole un poco de chispa a las cosas. A la gente le gustan mis ocurrencias y las frases que les escribo", cuenta sonriente Alberto, secundado en todo momento por Inés, su compañera de toda la vida. Entre recuerdo y recuerdo va recitando sus poesías, que algún día tal vez sean parte de un libro, su cuenta pendiente. Inés insiste para que lo escriba pero él se niega: "Mucho trabajo, ya estoy grande", se ríe.

"Yo cuando hablo de fileteado hablo de arte popular argentino. Si bien nació en Buenos Aires, hoy en día el filete cobró una dimensión que va más allá, porque hay fileteadores en todas partes del país y todo mutó. Hoy a cada cosa que hacemos le ponemos nuestra impronta y le preguntamos a la gente por los detallecitos, para de esta manera ser parte de sus historias", dice Yapán, quien pintó en su momento las paredes de El Copetín y tiene trabajos suyos por distintas partes de la ciudad, como La Bodeguita y varias pizzerías en Los Hornos, por ejemplo.

El quiebre fue después de la dictadura, cuando el filete tuvo que mudarse al caballete. Desde la década del ochenta en adelante empezó a aplicarse en otros ámbitos que eran inéditos al momento, hasta llegar a la actualidad, época en que la gente pide intervenciones con filetes en mates, instrumentos musicales, llaveros, números en los exteriores de las casas y hasta en las tapas de los inodoros.

LOS DETALLES

"Un filete siempre queda bien con un detallecito en todos lados, sin sobrecargarlo", explica Bianchi. Y en esto coincide Pereira: "A mí no me gusta hacer el filete para llenar y llenar. Un día estaba en una muestra en San Telmo y me tocan el hombro, me doy vuelta y era Carlos Carboni, mi ídolo. ‘Pibe ¿qué es lo que te gusta de mí?’, me preguntó, porque se había enterado de mi admiración. Don Carlos, me gusta cómo maneja el filete, suelto, sin llenarlo de cosas. '¿Sabés lo que pasa, pibe? El filete baila, es una danza, y para bailar necesita espacio; el espacio en el filete es como el silencio en la música, tienen el mismo valor'. Y eso me quedó para toda la vida".

Alberto saca de la galera una poesía y enseguida recuerda alguna de sus tantas anécdotas que involucran a Argentino Luna, al Chaqueño Palavecino y a los trabajos que hizo alguna vez y hoy están expuestos en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, entre otras partes del mundo.

"Es tan rica la composición que el fileteado se mete y sale por cualquier lado", dice Yapán mientras hace un gesto zigzagueante con su mano derecha. "Utilizamos elementos básicos que provienen de la naturaleza como la hoja de acanto, que era la que se usaba en construcciones antiguas de la época del Barroco, entonces todas las construcciones que encontrábamos en Buenos Aires eran porque queríamos ser como Europa en esos momentos. También flores, algunos mascarones, algunos dragones, quimeras; los marcos y la ornamentación se va haciendo con los pinceles y la técnica se adaptó a los tiempos de trabajo de los primeros fileteadores, que tenían que entregar rápido los carros y los colectivos", continúa.

"A mi compañera le gusta ver la cara de la gente cuando recibe mis laburos", cuenta sobre el final de la charla este fileteador que no esconde el misterio de su apodo: "Para los que somos fileteadores, vas a encontrar que la mayoría de los trabajos tienen como un volumen, una volumetría que está lograda con luces y sombras. Las trabajamos con transparencias; se hacen con barniz y una gotita de color que se descompone según el fondo que haya debajo. Esa técnica se llama yapán y viene desde mediados del siglo XX, cuando llegaban las latas de barnices de afuera que decían 'Made in Japan', y el fileteador lo derivó a yapán y lo adjudicó a ese preparado. Un día firmé como Yapán y quedó; mi apellido casi ni lo uso".

Los fileteadores transmiten todo lo que saben, son transparentes, no se guardan nada. Tienen sus secretos, por supuesto, pero comparten su experiencia de manera genuina y con humildad. Tienen en claro que la misión que deben continuar es la de transmitir lo que aprendieron. Ese tal vez sea el mayor de todos esos secretos que permanecen intactos desde hace décadas en Argentina. De esa manera el filete no va a morir.

"Una vez vino una mujer con una madera para poner el nombre de la madre y de la hija fileteados. Era un plato en el que la madre le daba la sopa", se emociona Pereira, previo a cerrar la entrevista con una de sus anécdotas más potentes: "Un día una mujer me trajo una regadera y me cuenta su historia. Era del padre y nadie más se la podía tocar. Él terminaba de regar, la secaba y la guardaba. 'Yo la tengo en un galponcito y cada vez que entro, lo veo a mi papá regando', me dijo. Me la dejó, la pinté y le hice unos detalles fileteados con el nombre del padre. La termino, la llamo y cuando la vino a ver me hizo emocionar hasta a mí, no sabés cómo lloraba. 'Ahora voy a tener a mi papá en el comedor', me dijo abrazada a la regadera entre lágrimas".

Alberto sonríe, se dirige a la puerta, posa para la cámara y reflexiona por última vez, a corazón abierto: "A mí me pueden traer un mate y una tacita para filetear y ya estoy hecho, me hace feliz; y después de tantos años, eso es lo que me llena el alma".

*Por: Matías Moscoso / 221.com.ar